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Notas al programa de Sinfónica_1_CURSO23_24

Notas al programa de Sinfónica_1_CURSO23_24

Es imposible contemplar a Dmitri Shostakovich y Sergei Prokofiev, y no sumergirse en el
ingente universo sinfónico y camerístico, en la ópera y el ballet, en lo grotesco, abismal y
genial del repertorio soviético (si bien las obras que nos ocupan sean más bien una excepción
a la regla). Más interesante todavía su puesta en concierto con la contraparte occidental, la
Francia de la Belle Époque, fuente de la cultura, que representará Paul Dukas.

Lástima del pobre compositor de una sola pieza. No el compositor que escribe una sola pieza,
sino el creador musical que disfruta de un gran éxito con una de sus obras, pero está
destinado a no repetir nunca ese logro con ninguna otra. El francés pertenece a esa temida
fraternidad. Su único reclamo a la fama es El aprendiz de brujo, que escribió en 1897. La
narración musical de la composición es notablemente gráfica: cuerdas misteriosas establecen
la atmósfera del taller del hechicero. El aprendiz, solo, descubre lo suficiente de la magia de
su maestro para dar vida a una escoba. La escoba realiza la tarea del aprendiz: ir a buscar
agua al río. La suficiente agua pronto se convierte en demasiada, pero el muchacho
angustiado no puede encontrar el conjuro de «parar». Desesperado, corta la escoba en dos,
pero ahora el trabajo se hace al doble de velocidad por las mitades de la escoba. El desastre
de la inundación es inminente…

Prokofiev partió en 1936 de un sencillo cuento para llevar hasta los niños toda la complejidad
de la orquesta, creando una pieza musical imprescindible para la iniciación de los futuros
aficionados. En Pedro y el lobo se suceden en muy poco tiempo diferentes momentos
dramáticos, que van desde el suspense al humor, representados por unos personajes
claramente reconocibles por su diferente color musical. La sencillez del cuento, los marcados
momentos dramáticos y los colores muy definidos son el punto de partida para crear una
puesta en escena de la máxima ingenuidad, que subraya con eficacia y nitidez lo que el texto
y la música nos cuentan. Tras la orquesta, que ocupa el primer plano, y con un lenguaje
visual claro y directo, como dibujos de niños sobre una gran pizarra, el narrador recreará un
ambiente mágico que atrapará desde la primera nota al espectador.

En 1956 Dmitri Shostakovich recopiló una serie de piezas y canciones populares que darían
por fruto la Suite para orquesta de variedades. Décadas después, uno de sus ocho
movimientos, el «Vals número 2», acabaría siendo una de las piezas más conocidas del
compositor ruso hasta el punto de que la literatura musical denominaría la colección como
la Suite de Jazz no 2. Ese cambio condujo a un problema en la nomenclatura de la obra y su
interpretación, produciendo errores en los programas de conciertos y en decenas de
grabaciones discográficas, pues realmente la Suite de Jazz no 2 fue compuesta en 1938. De
estilo neorromántico, emplea una selección ecléctica de instrumentos, como el saxofón, el
acordeón, la guitarra o el vibráfono.

Si tuviésemos que elegir dos palabras para describir la temática del concierto, diríamos
acertadamente fantástico y pueril. Pues cierto es que, en menor o mayor medida, todas las
obras del programa destacan por su brillantez y simplicidad en el mensaje, por la vasta gama
de colores y aromas… y por algún pataleo, travieso juego o pomposo andar propios del mundo de los infantes.